Dra. Elsa Martínez Flores
Tecnología Líquida
Actualmente se vive una época en que la tecnología avanza a una velocidad vertiginosa. Apenas se adquiere un nuevo dispositivo y en cuestión de semanas aparece otro mejorado. Esta dinámica genera una sensación constante de desactualización.
La industria tecnológica se ha adaptado al modelo de consumo acelerado. Las empresas lanzan versiones perfeccionadas en ciclos cada vez más cortos, lo que genera una dependencia que mezcla la necesidad con el deseo. Esto no solo afecta la economía personal, también al medio ambiente.
Lo que está en juego no es solo conseguir lo más avanzado en innovación digital, sino responder a una presión social y cultural de estar “a la moda” y a la vanguardia en materia tecnológica. Esta lógica empuja al consumidor a una carrera sin fin.
Zygmunt Bauman, en su obra Modernidad Líquida, afirma que, al asumir el rol de consumidores, se compra tanto fuera como dentro de los comercios, en la calle y en la casa, en el trabajo y en el ocio; lo que conlleva a significados que van más allá de lo funcional.
Poseer un producto innovador responde a motivos que van desde buscar una satisfacción efímera hasta reemplazar un artículo que ha cumplido un ciclo muy limitado, y luego catalogarlo como antiguo. Esta es una estrategia comercial impulsada por los fabricantes, conocida con el nombre de obsolescencia programada.
Este círculo vicioso, que el capitalismo ha perfeccionado, crea necesidades artificiales y dificulta la posibilidad de acceder a tecnologías durables y sostenibles. En un mundo donde todo es líquido, como lo describe Bauman, la tecnología es desechable, diseñada para ser reemplazada.
Romper esta dinámica conllevaría a replantearse si el equipo adquirido todavía es funcional y conservarlo por un poco más de tiempo. Valorar la funcionalidad de la tecnología no solo da un respiro a la economía personal, también representa un gesto de responsabilidad frente a un sistema capitalista ahora digital.