Agradezco a los medios de comunicación que me han invitado a colaborar cada semana con una columna de opinión. En esta ocasión con El Gritón Digital.
Por Dr. Fernando León Nava.
En Tlaxcala, los partidos políticos se han convertido en maquinarias que poco tienen que ver con la representación ciudadana. Lo que alguna vez nació como un instrumento para organizar la vida democrática, hoy aparece como una estructura cerrada, donde los acuerdos se cocinan en lo oscurito y las decisiones obedecen más a cuotas de poder que a necesidades sociales.
Como médico, he aprendido que antes de iniciar un tratamiento, es imprescindible un diagnóstico honesto. Y el diagnóstico de Tlaxcala es claro: nuestros partidos están enfermos. Ya no responden al interés colectivo, sino a intereses particulares. La democracia local padece una crisis de confianza, y mientras tanto, los ciudadanos permanecen como espectadores de un juego que no eligieron.
Los partidos prometen cercanía, pero construyen muros. Hablan de participación, pero reparten candidaturas en círculos reducidos. Presumen de democracia, pero lo que impera es el dedazo. Esta contradicción es lo que ha llevado a que, cada vez más, la ciudadanía vea en la política un terreno ajeno, lejano y, muchas veces, corrupto.
Frente a este panorama, Tlaxcala necesita más que simples parches institucionales o reformas cosméticas. Necesita una cirugía profunda que regenere la vida pública y devuelva la política a su esencia: el servicio al pueblo.
Algunos dirán que pensar en un gobierno sin partidos es utopía. Yo sostengo que es una necesidad. Gobernar sin partidos no significa improvisar ni excluir, sino abrir. Abrir los espacios de poder a la transparencia, a la rendición de cuentas y, sobre todo, a la participación directa de la ciudadanía.
La política independiente no debe verse como soledad, sino como libertad. La libertad de decidir sin compromisos con padrinos políticos, sin cuotas que repartir, sin el peso de favores heredados. Es la oportunidad de gobernar con manos limpias y un rostro humano.
El reto es enorme, pero también lo es la oportunidad. Tlaxcala tiene un pueblo con historia, identidad y dignidad. No necesitamos que vengan a decirnos qué hacer, sino que nos permitan decidir por nosotros mismos.
La independencia política es el camino para volver a poner al ciudadano en el centro de la vida pública. Es escuchar antes de mandar, dialogar antes de imponer, proponer antes que confrontar. No se trata de desaparecer las instituciones, sino de devolverles legitimidad a través de la confianza ciudadana.
Porque Tlaxcala no merece seguir atrapada en los juegos de poder de partidos que se reciclan entre sí. Tlaxcala merece un nuevo inicio. Y ese inicio solo será posible si nos atrevemos a pensar la democracia más allá de las siglas.
La independencia no es soledad, insisto: es libertad.