Sus caras fueron desolladas, la sangre cubrió las paredes y los pellejos revistieron los altares. Era una abominación sin nombre para los españoles, pero para los indígenas era un rito, quizá como la comunión para los católicos.
El hallazgo de 14 cráneos humanos por parte de un grupo de antropólogos ha arrojado nueva luz sobre la terrible suerte que corrieron los europeos y sus aliados indígenas. Los investigadores han aprendido tras analizar los restos cómo es que los indígenas realizaban sus sacrificios humanos. Y qué significado tenían en su visión del mundo.
En cualquier caso, esta es la historia del sacrificio.
En los primeros años de la Conquista de México, un grupo de españoles, mujeres y hombres, y sus aliados indígenas fueron capturados por los habitantes de Zultepec, un centro político y religioso ubicado en lo que hoy es el estado de Tlaxcala.
La caravana estaba formada por un grupo rezagado, formado por enfermos y algunas mujeres embarazadas, explican los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Habían partido del asentamiento costero que recién había fundado Hernán Cortés, la Villa Rica de la Vera Cruz.
Pensaban que el camino era seguro e iban cargados de tesoros. Pero ignoraban la más reciente derrota de Cortés en Tenochtitlán, a donde se dirigían.
Los pobladores de Zultepec los interceptaron y los hicieron prisioneros.
Luego los integraron a su mundo mítico-religioso “mediante rituales y ceremonias en las que fueron sacrificados”, escribió el arqueólogo del INAH Enrique Martínez Vargas.
“Se buscaba con ello sumar a las suyas las fuerzas de los extranjeros y los enemigos locales, además de establecer una relación con los dioses para mantener el equilibrio de las fuerzas cósmicas de su mundo”, añadió Vargas.
Cuando los españoles pasaron por esas tierras conocieron la suerte de sus compatriotas y se escandalizaron, el suceso quedó registrado en las crónicas del conquistador Bernal Díaz del Castillo, La historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
“Hallóse (sic) allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que mataron, por las paredes que habían rociado con ella a sus ídolos; también se halló dos caras que habían desollado, y adobado los cueros como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en unos de sus altares…” escribió Díaz del Castillo.
El descubrimiento conmocionó a Cortés a tal punto que se lo contó al emperador de España, Carlos V. en dos cartas que le envió.
Para colmo, Cortés se enteró del percance justo después de su peor derrota durante la campaña militar para tomar la ciudad de Tenochtitlan, la llamada Noche Triste. Una rebelión dirigida por Cuitláhuac, el nuevo Hueyi Tlatoani que habían elegido los mexicas para librarse de Cortés, lo expulsó de la ciudad.
Cortés lamentó al rey la pérdida de 45 peones, cinco caballos, siete mil pesos de oro fundido, una verdadera fortuna para la época, otros 14 mil pesos oro en piezas, “plata, ropa, y otras cosas así mías, como de mis compañeros”, escribió Cortés.
Los indígenas ofrecieron los caballos y otros animales, junto con los conquistadores y sus otros aliados indígenas a los dioses. Pues pensaban que así también ellos les permitían absorber la fuerza de los extranjeros.
Los científicos piensan que las más de 60 personas capturadas fueron sacrificadas en un periodo de varios meses.
Un hombre español fue descuartizado y quemado para imitar el destino de un dios. Una mujer fue partida en dos.