En Venezuela, las esperanzas financieras de Eliset González
están puestas en un nicho de mercado.
A diario, González se sienta en un puesto en un mercado de
Caracas y repara bombillas rotas para aquellos que no pueden permitirse una
nueva en una nación devastada por la crisis.
“Siento que con esto ayudo a la comunidad ya que esos
bombillos están súper caros. Además, me ayudo yo también”, dijo González, que
aprendió a desarmarlos y repararlos en prisión, donde pasó varios años por
robo.
Según sus cálculos, una bombilla fluorescente compacta nueva
puede costar el equivalente a varios dólares en la devaluada moneda venezolana,
o el equivalente a casi el salario de un mes. Pese a esto, la calidad es tan
mala que puede durar apenas una semana.
Con una reparación, pueden funcionar durante más de seis
meses más y por una parte de ese precio, explicó González.
“Aprendí esto en un centro penitenciario en donde estuve
privada de libertad. Allí me dediqué a estudiar”, dijo González en una
entrevista con The Associated Press.
Su extraño trabajo es una respuesta ingeniosa al caos
económico que domina la que en su día fue una rica nación petrolera, donde la
escasez de comida y medicamentos ha llevado a más de cuatro millones de
venezolanos a buscar refugio en todo el mundo en los últimos años. El año
pasado, la creciente hiperinflación alcanzó el millón por ciento.
Pero en este escenario de decadencia económica, la historia
de González no es original.
En otra parte de la ciudad, Vladimir Fajardo reúne algo de
dinero reciclando objetos aleatorios.
Muchos días se sienta en una acera de Caracas y utiliza una
cuchara afilada para construir autos de juguete con botellas de plástico, a los
que les instala un sistema interno de poleas con bandas de goma para hacer que
las partes del coche giren. Cada juguete le toma alrededor de media hora.
“Hay gente que me dice ‘¿y si te doy un dólar? ¿Un dólar te
sirve?’”, dijo Fajardo. “Sí, deme un dólar. Después lo vendo y con eso como”.
Fajardo, que en el pasado tuvo problemas de drogadicción y
recorre los vecindarios de la capital venezolana en busca de clientes, está
orgulloso de su trabajo.
Sus mayores seguidores son “los que conocen de la
creatividad y saben de esto”, apuntó.
Para Elizabeth Cordido, una psicóloga social en la
Universidad Metropolitana de Caracas, los intentos de los venezolanos por
sobrevivir reciclando artículos que de otra forma irían a la basura es, de
algún modo, positivo.
Pero apuntó que “es muy negativo que sea a través de la
pobreza y del incremento de la pobreza que hayamos llegado a esto”.
“Da lástima. Es doloroso”, señaló.